En latinoamérica es muy común encontrarnos con lugares en los cuales las familias viven en condiciones muy difíciles. Se deben adecuar hasta un grupo de 8 o más personas en un solo dormitorio, compartir un mismo espacio sin la posibilidad de contar con privacidad. Complicándose aun, cuando hacen uso del mismo servicio sanitario y baño (con otras familias incluso).

Bajo este escenario, los niños son felices, juegan y su creatividad para superar ese reto los vuelve tolerantes del momento.

Mi amiga Laura se enfrentó a ese desafío de súpervivencia, ella y su núcleo familiar convivían con seis grupos familiares en una "casona" del barrio. Su rostro reflejaba alegría porque nunca vio el lado negativo, jamás se quejó de su entorno y siempre buscaba la solución "para el día a día". Hasta que un día, esta chica creció y le tocó su turno para demostrar todo lo que había aprendido de la educación: se organizó con todas las personas que se albergan en el sitio, buscaron toda la ayuda profesional y legal que les permitiese analizar qué probabilidad tenían para comprar la "casona".


Expusieron toda la pobreza a la que estaban sometidos en los medios de comunicación y el mensaje no calló en saco roto, porque de inmediato el gobierno local se puso en contacto con ellos para realizar las acciones necesarias y así cambiar de una vez por todas su contexto de vida. No cabe la menor duda que el factor suerte estuvo de su lado, pero eso fue debido a que lo buscaron, tocaron puertas y se hizo justicia que por años se les había negado.